Carballo - París?

Buscando como estábamos las relaciones de Carballo con Hungría a propósito del vanguardista proyecto del Temunde, este fin de semana nos ha devuelto a la cruda realidad. Una realidad que no suele aparecer en las páginas de nuestra complaciente prensa local ni de nuestra triunfal corporación municipal más que cuando no queda más remedio. Estamos hablando por supuesto, como todos nuestros vecinos, de ese vandalismo que, lejos de quedar superado con los años, parece que va en aumento.

En la pasada madrugada del viernes al sábado un grupo de jóvenes destrozó todo cuanto encontró a su paso por las calles Gran Vía y Rosalía de Castro. Cristales de establecimientos, retrovisores e incluso capós y techos de vehículos sufrieron las consecuencias de esta orgía de destrucción sin sentido que por un momento nos ha hecho recordar los lamentables acontecimientos acaecidos en Francia hace ahora 3 años, no por su dimensión, gracias a Dios, sino por su sinsentido, por nuestra incapacidad para entender qué puede llevar a alguien a comportarse de esta manera.

Lo cierto es que no es este un incidente totalmente aislado, pues ya en fines de semana anteriores se habían producido disturbios en las noches de movida. A la espera de conocer mayores detalles, y, faltaría más, de que se proceda a la identificación y detención de estos elementos, nos atrevemos a proponer una reflexión. En este Carballo de optimismo patológico que inunda desde al primero de sus ciudadanos a muchos de sus sectores sociales, de golpes en el pecho por disponer de un gran festival de teatro, y de grandes proyectos de futuro que no sabemos si algún día llegaremos a ver, es posible que se esté abriendo un brecha cada vez mayor entre la realidad en que viven los políticos y la realidad en que viven muchos de sus ciudadanos, una realidad donde no se ven maquetas ni futuras inversiones, donde los problemas de siempre persisten aunque no se quieran ver, donde aparecen nuevas complicaciones que nadie quiere afrontar, donde la educación de los jóvenes ocupa el furgón de cola, donde se queman autobuses sin que pase nada, y donde nuestra seguridad está en entredicho. Y a esto, antes que a otras historias más bonitas pero menos realistas, es a lo que nuestros gobernantes deben dedicar sus mayores esfuerzos. Porque el futuro es el lugar donde vamos a pasar la mayor parte de nuestras vidas, pero para llegar a él antes hay que vivir el presente.